lunes, 12 de mayo de 2025

José Juan Tablada

 

Ramón López Velarde 

Yo, que me senté a la mesa de sus buenos tiempos cocineros, acabo de mirarlo comer un aséptico platillo de chícharos. Luego, con su venía, recogí de los originales que desplegaba en su cuarto de hotel, como un contrabandista sus tesoros, estos apuntes: “Sin amargura cantará el poeta, llevándose la mano a los riñones, ¡oh mutas de mi dieta!”.

Uno de estos días, el general Lucio Blanco llamaba a Rafael López “el gato en la leña”. Recojo la definición. En un estricto sentido para decir que aquí donde hay ese gato, donde Díaz Mirón es el puma y donde González Martínez es el búho, Tablada es el ave del paraíso. Como tal, induce a error a los que lo juzgan personaje de frivolidad y de moda. Porque la química de sus colores y el secreto de su dibujo se esconderán sin remedio a los hojalateros que, con sus pitos de agua, se asoman a la línea de fuego de la poesía.

La misma cosa se ha negado al autor de “Ónix” en la vida y en el arte: cordialidad. Examínenlo con ojos sociales o políticos los que así quieran. Quienes posean conciencia literaria, carecen de derecho para ignorar la emoción que palpita desde la alborada del Florilegio hasta Li-Po. Verdad que Al sol y bajo la luna contiene más de una página de decaimiento; pero también otras culminantes, como aquella, ya divulgada: “Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida...”. Un día... es, simplemente, un libro perfecto, no sólo por su médula vital, sino por la victoria que las modalidades expresivas consiguen sobre la crasa dicción de la ralea. Si los grandes poetas son aquellos que ejecutan el círculo vicioso de la vida, como Campoamor, cuando decía “las hijas de las madres que amé tanto, me besan hoy como se besa a un santo”, habrá que concluir que Tablada escaló esa categoría, pues ejerce la facultad serpentina de alcanzarse a sí mismo. Entresaco de mis recuerdos un volantín de los que echa a andar cada vez que le viene en gana: “Taumaturgo grano de almizcle, en el teatro de tu aroma el pasado de amor revives” (Un día...).

Ciertamente, la Poesía es un ropaje; pero, ante todo, es una sustancia. Ora celestes éteres becquerianos, ora tabacos de pecado. La quiebra del Parnaso consistió en pretender suplantar las esencias desiguales de la vida del hombre con una vestidura fementida. Para los actos trascendentales -sueño, baño o amor-, nos desnudamos. Conviene que el verso se muestre contingente, en parangón exacto de todas las curvas, de todas las fechas: olímpico y piafante a las diez, desgarbado a las once; siempre humano. Tal parece ser la pauta de la última estética libre de los absolutismos de la perfección exterior.

Dentro de semejante inspiración, Tablada experimenta nuevas rutas. Extravagancia, declaran algunos. Es posible. Por lo que a mí toca, me sostengo curioso, oliendo la pólvora sin humo del portalira y haciendo votos porque el tema de la excentricidad no ciegue a los visitantes del laboratorio ni los encolerice. Nada más amargo que tratar a empellones los asuntos del espíritu.

En prosa y en verso ha tenido el estilo espadachín, sin el cual el literato moderno se expone a ser arrollado por las turbas. En verso y en prosa, su numen significa el agua de contra-cólera para los atacados de vulgaridad atmosférica.

Las sustancias de su química pueden perder o salvar a los lectores, según la disposición de alma con que se acerquen. El practicante estulto o bajo perecerá en la belleza explosiva de un hipnotismo de lo cromático, al convencerse de Carolina Otero o de la Pestet, en Florencia.

En nuestra lírica, sus frascos son, acaso, los verdaderos endiablados, y el cerebro que ha suprimido las calaveras en las etiquetas está, de seguro, amasado en rojo, merced a una plétora de claveles.

Loor a la musa de la falda guinda.

Mañana, al caer, conforme a sus propias palabras, “como pesado tibor y al deshojarle al viento el pensamiento como una flor” (Li-Po), alzarán el grito de que hemos perdido un poeta de arte eximio, un fruto que nos envidiará la madurez de los cenáculos europeos. Mientras eso ocurre y ojalá yo no lo contemple, José Juan Tablada, tu plenitud de lira, resiste a lo obtuso y se renueva, por innominado sortilegio, en el estanque de la diplomacia. Acumula, sin cesar, el mineral que se defiende de los óxidos de los siglos; sobre la fábula retentiva en que se basa la inmortalidad, repetirá la sentencia de Paul Fort: “Los Reyes Magos están sepultados en mi jardín”.

 

                                                                                                Marzo de 1920

Revista de Revistas, México, 10 de enero de 1937.


domingo, 11 de mayo de 2025

Antonin Artaud

 

André Gide


Hacia el fondo de la sala -de aquella querida y antigua sala del Vieux Colombier que podía contener trescientas personas aproximadamente- se hallaba una media docena de bufones que se presentaba a esta sesión con la esperanza de divertirse. ¡Ah, no dudo que habrían sido interceptados por los amigos fervientes de Artaud repartidos a lo largo y ancho de la sala! Pero no: tras un tímido intento de abucheo, ya no fue necesario intervenir... Asistimos a este prodigioso espectáculo: Artaud triunfaba, tenía a raya la burla, la insolente estupidez; dominaba...

Conocía a Artaud desde mucho tiempo atrás, como también su zozobra y su genio. Nunca como entonces me pareció tan admirable. De su ser material subsistía únicamente lo expresivo. La gran silueta desgarbada, el rostro consumido por la flama interior, las manos del que se ahoga, ora tendidas hacia un inasible auxilio, ora estrujadas por la angustia, ora envolviéndole casi siempre con ardor la cara, ocultándola y revelándola alternativamente, todo en él nos narraba la espantosa miseria humana, una especie de condena sin remedio, sin más escapatoria que la de un lirismo frenético que alcanzaba al público por medio de groseros destellos, imprecatorios y blasfemos. Y desde luego era posible encontrar de nuevo ahí al actor maravilloso en el que era capaz de convertirse este artista; pero era su mismo personaje el que ofrecía al público, con una especie de fanfarronería desvergonzada en la que se transparenta una autenticidad total. La razón se batía en retirada; no solamente la suya, sino la de toda la audiencia, la de todos nosotros, espectadores de aquel drama atroz, reducidos al papel de comparsas malévolos, de mamarrachos y de patanes. ¡Ah, no, ninguno de los presentes tenía ya ganas de reír!; e, incluso, Artaud nos había quitado a todos las ganas de reír por mucho tiempo. Nos había constreñido a su trágico juego de rebelión contra todo aquello que, admitido por nosotros, era para él, hombre más puro, inadmisible.

Nous ne sommes pas encore nés.

Nous ne sommes pas encore au monde.

Il n'y a pas encore de monde.

Les choses ne sont pas encore faites.

La raison d'être n'est pas trouvé...

Al salir de esta memorable sesión, el público callaba. ¿Qué podía uno decir? Acabábamos de ver a un hombre miserable, atrozmente sacudido por un dios, como a la entrada de una profunda gruta, antro secreto de la sibila en donde no se tolera lo profano, en donde, como en un Carmelo poético, un vates es expuesto y ofrecido a la cólera divina, a la voracidad de los buitres, víctima y sacerdote al mismo tiempo... No sentíamos avergonzados de volver a ocupar nuestro sitio en un mundo en el que la comodidad está hecha de capitulaciones.

 

Traducción: Glenn Gallardo

 

Apareció en el diario Combat el 19 de marzo de 1948, y en el número especial dedicado a Antonin Artaud de la revista 84, núms. 5-6, 1948. [N. del T.]

"Aún no hemos nacido. / No estamos todavía en el mundo. / Todavía no hay mundo. / Las cosas aún no han sido hechas. / La razón de ser no ha sido encontrada..." [N. del T.]

André Gide. La pasión moral (ensayos escogidos), UNAM, 2007, pp. 163-66.


lunes, 5 de mayo de 2025

1886

 

Gottfried Benn

 

La Pascua terminó tarde,

en el Elba florecían ya los saúcos,

pero al inicio de diciembre una increíble nevada

todo el tráfico ferroviario

en el norte y el centro de Alemania

por semanas ante ella sucumbió.

 

Paul Heyse publica una tragedia en un acto:

es la tarde nupcial, la joven descubre

que su esposo alguna vez a su madre amó,

todos muertos hace mucho. Como sea,

de la tía que la hacía de madre

recibe una ampolleta de morfina:

“No desperdiciar el dulce remedio.”

Cae atrás, busca aferrarle la mano,

la mano deTheodor (sombrío, grita):

“¡Lydia! ¡Mujer! ¡Dame té!”

Título: “Entre los labios y el cáliz”.

 

Inglaterra conquista Mandalay,

abre el amplio valle del Irawaddi al comercio mundial.

Madagascar anexado a Francia;

Rusia expulsa al príncipe Alejandro

de Bulgaria.

 

La Unión Ciclista Alemana

tiene quince mil socios.

Güssfeld logra por vez primera

la cumbre del Mont Blanc

por la ruta del Gran Mulet.

Los lebreles sobre las perreras de Pequín,

protectorado de Tula,

pecho típicamente manchado,

cazadores de lobos,

en muestra en Berlín, en la exposición canófila

Asmodey obtiene la medalla de oro.

 

Turgueniev visita todos los días

a las hermanas Viadot, en Baden Baden,

serán inolvidables,

su canción preferida, que se escucha rara vez,

Wenn meine Grillen schwirren

(Schubert),

a menudo leen Ekkehard de Scheffel.

 

Son redescubiertos:

pitecántropo,

restos primordiales,

rudimentos de Java;

se extingue

el pajarillo de Hawai

llamado “chupa miel”

por el plumaje real

con una mancha amarilla en sus alas.

 

Guerra a las palabras extranjeras,

luna, zéfiro, crisálida,

mil ochenta y ocho palabras del Fausto

germanizadas deben ser.

Revueltas de los empleados

por la clausura de los negocios las tardes de los domingos

votos socialdemócratas

en las elecciones de Berlín: 68 mil 535.

El barrio de Tiergarten es progresista.

Singer da su primer

discurso electoral.

Décimo tercera edición del Konversationslexikon

de Brockhaus.

 

Los diarios critican la escenificación

de la Potencia de las tinieblas de Tolstoi.

Una gota de veneno de Blumenthal

en vez de contar sobre un amplio consenso:

“Sobre la cabeza del conde Albrecht Vahlberg,

que goza de una posición de cuidado en la sociedad

de la capital,

se asoma una oscura nube”.

Zola, Ibsen, Hauptmann resultan fastidiosos,

Salambó falla,

Liszt cosmopolita,

aparece la columna

“La palabra del lector”

que quiere saber algo

de los calambres de la pantorrilla

y sobre la expulsión de cuerpos extraños.

 

1886...

año de nacimiento de algunos expresionistas

entre ellos el director de orquesta Furtwängler,

del compañero de estudios Kokoschka,

del mariscal de campo von W.(†)

 

Multiplícase el capital

en Schneider-Creuzot, Krupp-Stahl, Putiloff.


1944

 

Traducción José Manuel Recillas

 

Tomado de Gottfried Benn. Material de lectura, UNAM, 2013, p. 35-38.


domingo, 4 de mayo de 2025

1886

 

Gottfried Benn

 

El año en que nací: ¿qué escribieron entonces los periódicos? ¿Cómo era el panorama?)

 

Pascua en fecha tardía, orillas del Elba florecían ya las lilas,

en cambio a principios de diciembre una nevada tan fabulosa

que todo el tráfico ferroviario

en Alemania del norte y del sur

quedó interrumpido durante semanas.

 

Paul Heyse publica una tragedia en un acto:

es la noche de bodas, la novia descubre

que su marido amó una vez a su madre,

todos muertos hace tiempo, sin embargo,

su tía, que había hecho de madre,

tiene ella un frasco de morfina:

“No destruyas tan suave remedio", se deja caer, busca la mano de él,

Theodor (sombrío, gritando):

“¡Lydia, esposa mía! ¡Llévame contigo!"

Título: Entre los labios y el borde de la copa.

 

Inglaterra conquista Mandalay,

abre al comercio mundial el amplio valle del Irawadi.

Madagascar pasa a manos de Francia;

Rusia expulsa al príncipe Alejandro de Bulgaria.

 

La Unión ciclista alemana

cuenta con 15.000 miembros.

Güssfeld corona por primera vez

la cima del Montblanc

a través del Grand Mulet.

Los galgos rusos, de la perrera de Perchino,

gobernación de Tula,

los del pecho de largo pelo,

los cazadores de lobos

aparecen en la exposición canina de Berlín,

Asmodey gana la medalla de oro.

 

Turguéniev en Baden-Baden

visita a diario a las hermanas Viardot,

inolvidables veladas,

su canción favorita, raras veces oída:

"Cuando mis grillos cantan"

(Schubert)

también leen a menudo Ekkehard de Scheffel.

 

Aparece:

el pitecántropo,

rudimentos de Java, los estadios previos.

Se extingue: el pequeño pájaro de Hawai,

llamado "Chupador de miel",

para los abrigos reales de plumas,

una línea de plumón amarillo en cada ala.

 

Guerra a los cultismos,

luna, céfiro, crisálida,

1.088 palabras del Fausto

deben ser germanizadas.

Agitación de los empleados de comercios

para que cierren las tiendas los domingos por la tarde,

 

votos socialdemócratas

en las elecciones de Berlín: 68.535.

El barrio de Tiergarten es liberal.

Singer pronuncia su primer discurso electoral.

13.ª edición del Brockhaus,

diccionario enciclopédico.

 

La prensa deplora la representación

de Poder de las tinieblas de Tolstoi,

en cambio Una gota de veneno de Blumenthal tiene asegurada

una larga estela de alabanzas:

"Sobre la testa del conde Albrecht Vahlberg,

que ocupa

una acreditada posición en la sociedad capitalina

se cierne una oscura nube".

Zola, Ibsen, Hauptmann son enojosos.

Salambó, un desacierto,

Liszt cosmopolita,

y ahora viene la rúbrica

"El lector tiene la palabra",

quiere saber algo

sobre calambres en las piernas,

y cómo extraer un cuerpo extraño.

 

1886:

año en que nacieron ciertos expresionistas,

además el director Furtwängler,

el camarada Kokoschka,

el mariscal de campo Von W. (†),

 

duplicación de capital

en Schneider-Creuzot, Krupp-Stahl, Putiloff.



Traducción Carmen Gauger

 

Tomado de Doble Vida, Pre-textos, 2003, pp. 145-48.


miércoles, 30 de abril de 2025

Por diez chelines

 

W. G. Sebald


Y ahora, al escribir esto, vuelvo a ver los puntitos de luz que, a cada presión sobre el disparador, saltaban hacia mis ojos, muy abiertos. Media hora más tarde estaba sentado en el Salon Bar del Great Eastern Hotel, en la Liverpool Street, aguardando el siguiente tren a casa. Había escogido un rincón oscuro, porque, entretanto, me sentía realmente mal con mi piel amarilla. Ya en el trayecto en taxi hasta allí había pensado que el vehículo trazaba amplias curvas a través de un parque de atracciones, de tal manera daban vueltas en el parabrisas las luces de la ciudad, y también ahora giraban ante mis ojos los débiles globos de los apliques, los espejos que había detrás del bar y las baterías multicolores de botellas de bebidas alcohólicas, como si estuviera en un tiovivo. Con la cabeza apoyada en la pared y respirando hondo y despacio cuando me venían náuseas, llevaba observando un rato ya a los trabajadores de las minas de oro de la City, que a esa hora temprana de la noche acudían a su abrevadero habitual, todos parecidos, con sus trajes azul oscuro, camisas a rayas y corbatas de colores chillones, y mientras trataba de comprender las misteriosas costumbres de aquella especie animal no descrita en ningún bestiario, su forma de apiñarse, su comportamiento semisociable y semiagresivo, su modo de enseñar la garganta al vaciar el vaso, el murmullo de sus voces cada vez más excitado o la súbita desaparición de éste o de aquél, noté de repente, al borde de aquella turba ya tambaleante, a una persona aislada que no podía ser otra que Austerlitz, a quien, como me di cuenta en aquel momento, echaba en falta desde hacía veinte años. No había cambiado de aspecto, ni en su porte ni en su ropa, y hasta llevaba todavía su mochila al hombro. Sólo el cabello rubio y ondulado, que le brotaba igual que antes de la cabeza de un modo extraño, se había vuelto más pálido. A pesar de ello, él, al que siempre había considerado unos diez años mayor que yo, parecía ahora diez años más joven, ya fuera porque yo mismo estaba mal, ya porque él pertenecía a ese tipo de solteros que conservan hasta el fin algo juvenil. Por lo que recuerdo, estuve bastante rato totalmente cohibido, en mi asombro por el inesperado retorno de Austerlitz; en cualquier caso, me acuerdo de que, antes de dirigirme hacia él, pensé bastante rato en su semejanza, que me llamaba la atención por primera vez, con Ludwig Wittgenstein, y en la expresión de espanto que los dos tenían en la cara. Creo que fue sobre todo la mochila, de la que Austerlitz me contó luego que, poco antes de iniciar sus estudios, la había comprado de excedentes del ejército sueco, por diez chelines, en un surplus-store de Charing Cross Road, y de la que afirmó que era la única cosa realmente fiable en su vida, aquella mochila, creo, fue la que me dio la idea, en sí disparatada, de que había cierto parecido físico entre él, Austerlitz, y el filósofo fallecido de cáncer en 1951 en Cambridge.

Wittgenstein llevaba también continuamente su mochila, en Puchberg y Otterthal lo mismo que cuando iba a Noruega, o a Irlanda, o a Kazajstán, o a casa con sus hermanas para pasar la Navidad en la Alleegase. Siempre y por todas partes, esa mochila, sobre la que Margarete escribe una vez a su hermano que la quiere casi tanto como a él, viajó con Wittgenstein, creo, incluso a través del Atlántico, en el Queen Mary, y luego de Nueva York a Ithaka. Cada vez más me parece ahora, cuando tropiezo en alguna parte con una fotografía de Wittgenstein, como si Austerlitz me mirase desde ella o, cuando miro a Austerlitz, como si viera en él a aquel desgraciado pensador, tan encerrado en la claridad de sus reflexiones lógicas como en la confusión de sus sentimientos, tan notables eran las semejanzas entre los dos, en la estatura, en la forma de estudiarlo a uno como por encima de una barrera invisible, en su vida sólo provisionalmente organizada, en su deseo de arreglárselas siempre con lo menos posible y en su incapacidad, no menos característica en Austerlitz que en Wittgenstein, para demorarse en cualquier tipo de preliminares. Así, Austerlitz, aquella noche en el bar del Great Eastern Hotel, sin malgastar palabra en nuestro encuentro, ocurrido de forma puramente casual después de tanto tiempo, reanudó la conversación más o menos donde la había interrumpido. Se había pasado la tarde, dijo, echando una ojeada al Great Eastern, que pronto sería totalmente renovado, principalmente al templo masónico, incorporado a fines de siglo por los directores de la compañía de ferrocarriles al hotel, que entonces acababa de terminarse y amueblarse de la forma más lujosa. En realidad, dijo, he renunciado hace tiempo a mis estudios arquitectónicos, pero a veces recaigo en mis viejas costumbres, aunque ahora no tome notas ni haga dibujos ya, sino que me limite a mirar todavía con asombro las extrañas cosas que hemos construido. No había ocurrido ese día otra cosa, cuando su camino lo hizo pasar junto al Great Eastern y, obedeciendo a una idea súbita, entró en el vestíbulo y allí, según resultó, fue recibido de la forma más atenta por el gerente, un portugués llamado Pereira, a pesar de mi petición, desde luego no muy corriente, dijo Austerlitz, y de mi peculiar aspecto. Pereira, siguió diciendo Austerlitz, me llevó por una amplia escalera al primer piso y abrió para mí, con una gran llave, el portal por el que se entra en el templo, una sala revestida de losas de mármol de color beige y de ónice marroquí rojo, con suelo ajedrezado blanco y negro y un techo abovedado, en cuyo centro una sola estrella dorada despide sus rayos hacia las nubes oscuras que la rodean por todas partes.


Traducción de Miguel Sáenz


De Austerlitz, Anagrama, Barcelona, 2001.